viernes, 12 de agosto de 2011

El zarpazo del lobo

Diez minutos después de alimentar al lobo, éste tirará un zarpazo a la cara, dará una dentellada a la ingle. No debería sorprender a nadie: está en su naturaleza. En todo caso, el error reside en intentar domesticarlo.

¿De qué me sorprendo, entonces, por el llamado de atención que recibí anteayer? ¿Acaso supuse que las cosas no eran como lo son? ¿O es que me tranquilizó el dinero, la seguridad de tener, mes a mes, depositado enterito el sueldo en el día de pago correspondiente?

En realidad, todo siguió su curso como debería haber sido desde un comienzo. El error fue mío, por sumergirme en el día a día y no planificar lo suficiente. Para resumir la historia, digamos que di a leer a mis alumnos una novela sin antes chequear su contenido. Un riesgo grande, lo sé. Pero fue a raíz del resultado desastroso del primer trabajo que hicieron, una reseña en la que todos (o casi todos) robaron de Internet. Decidí, entonces, apostar a todo lo contrario: obligarlos a leer autores locales vivos y después entrevistarlos.
La idea era buena. Pero me traicionó la confianza y las expectativas que yo mismo tenía sobre el libro: una novela, en apariencia, narrada por una nena, y ambientada en la época de la dictadura. Hasta ahí, nada nuevo bajo el sol.
Pero ocurre que la narradora es retrasada mental.
Y su tío abusa de ella.
Y tiene libros marxistas escondidos en el sótano.
Y más adelante al tío lo torturan metiéndole picana en los genitales.
Y aparece un personaje que representa a monseñor Plaza, avalando la tortura.
¡Todo eso en la misma novela!

Vale la pena aclarar, además, que el colegio donde doy clases no es precisamente el Pellegrini ni el Nacional Buenos Aires: es un colegio de la ....

En realidad, la pregunta correcta es: ¿cómo es que anteayer no me pegaron una patada en el culo?